La masacre de Tóxcatl como acto de terrorismo religioso
La masacre de Tóxcatl, o la matanza de Templo Mayor, perpetrada por los españoles sobre los mexicas en mayo de 1520 fue, sin duda, uno de los actos más atroces de la conquista de México, comparable sólo a la realizada en Cholula en octubre de 1519. En el espacio de una noche, los soldados españoles, encabezados por Pedro de Alvarado, atacaron a traición a los participantes desarmados del ritual religioso en honor de Tezcatlipoca en el Templo Mayor y los masacraron de manera sistemática, cerrando el escape a quienes pretendían huir, rematando a los heridos, atravesando con sus lanzas a los cuerpos apilados en el piso ensangrentado de la plaza.
De la misma forma que ocurrió en Cholula, este fue un acto de “terrorismo religioso”, es decir, una acción de violencia arbitraria que provocó un efecto de “terror” entre la población, además de destruir a la “flor y nata” de la juventud mexica, es decir, a la fuente de los guerreros que podían movilizar el ejército de México-Tenochtitlan. Al atacar a los músicos, danzantes y participantes en un ritual religioso, los españoles pretendían además demostrar la falsedad de su religión e imponer la suya. Si en Cholula golpearon el santuario del dios Quetzalcóatl, patrono de los prestigiosos toltecas, en México-Tenochtitlan atacaron el “cu” de Huitzilopochtli, el demonio principal de los mexicas.
Como muestra Guilhem Olivier en el amoxtli de esta semana, Pedro de Alvarado y sus hombres creían que el ritual era en honor del demonio y dicen haber temido que tras esta ceremonia, los mexicas los atacarían y sacrificarían, como demostraban los postes que estaban erigiendo para colocar sus cráneos. El miedo de los expedicionarios fue alimentado por sus aliados, los tlaxcaltecas y los texcocanos, siempre dispuestos a fomentar la hostilidad contra los mexicas. Al igual que en Cholula, esta fantasía cristiana de la maldad de los paganos sacrificadores fue comprobada por medio de tormento: se torturó a un par de jóvenes mexicas hasta que dijo exactamente lo que los españoles querían escuchar y confirmaron sus temores. Esta comprobación jurídica incontrovertible (la misma que utilizaba la inquisición) justificaría así su agresión que sería un “castigo” a la traición planeada por los enemigos.
En el caso de la matanza de Cholula, ordenada por Hernán Cortés y mencionada en sus Cartas de relación este relato legal, con todo y sus elementos inverosímiles y repetitivos se construyó de manera rigurosa y fue repetido por diversos expedicionarios. Más de 50 años después Bernal Díaz del Castillo lo repite al dedillo, aunque a regañadientes. En el caso de Templo Mayor, el ciclo completo sospecha-tormento-castigo no se presenta de manera explícita: Cortés no menciona la matanza y Bernal no le da gran espacio. Esto indica que no había un consenso entre los españoles respecto a la legitimidad de la acción de Alvarado. La incomodidad de Cortés para reconocer siquiera la masacre se debe también a la fortuna dispar de las dos acciones de terrorismo. El asesinato de cientos o millares de civiles y sacerdotes en Cholula fue claramente beneficioso para los expedicionarios: consolidó su alianza con los tlaxcaltecas, sembró el terror entre sus rivales, aumentó el carisma de los invasores como seres capaces de cometer las peores violencias y fomentó el culto al santo guerrero Santiago Matamoros. El asesinato de cientos o millares de civiles y sacerdotes en México-Tenochtitlan desencadenó un ataque sostenido e inclemente de los mexicas contra los invasores, llevó a la muerte de Moctezuma, el tlatoani que había sido su principal “anftirión” o “rehén” en los últimos seis meses y que era clave para lograr la supuesta sumisión pacífica de los mexicas al rey Carlos. La desgracia es huérfana y este acto de violencia no sólo fue una desgracia para las víctimas sino también, ultimadamente, para los victimarios.
¿Pero qué podemos decir de los mexicas y de su punto de vista de estos sucesos? En la versión recogida por Bernardino de Sahagún, ellos niegan haber hecho ningún preparativo hostil y enfatizan la traición de los españoles y la brutalidad de su ataque. Sin embargo, existen indicios de que diversos sectores de México-Tenochtitlan concibieron la movilización general alrededor de la fiesta de Tóxcatl como un despliegue de poderío, la posibilidad de mostrar su unión y su fuerza honrando a uno de sus dioses principales, Tezcatlipoca, y también a su patrono y protector Huitzilopochtli. El hecho de que en esa fiesta participaran los jóvenes que eran además los guerreros de su ciudad, serviría, aún más, para hacer ver a los españoles que aún no habían enfrentado, y mucho menos vencido, al ejército mexica, el más poderoso de la tierra. Un desfile militar no es un ataque, sin embargo, y no tenemos ninguna evidencia de que la movilización de la juventud fuera el prólogo a un ataque militar inminente.
Tal vez los españoles nunca se dieron cuenta siquiera de uno de los más significativos impactos religiosos de su ataque traicionero. Según la versión de uno de los expedicionarios, los hombres torturados para “confirmar” los rumores y miedos de los españoles eran los ixiptla de Tezcatlipoca, es decir sus imágenes vivientes, jóvenes que habían prestado sus cuerpos a ese dios durante todo un año, trayendo su poder a México-Tenochtitlan y que ahora serían sacrificados como encarnaciones divinas, para renacer en la forma de los siguientes ixiptla, renovados y rejuvenecidos. Este importantísimo ritual de muerte-renacimiento se asociaba también con la renovación del poder terrenal del tlatoani, investido por Tezcatlipoca y transformado, de alguna manera también, en su representante. Al impedir su correcta realización en el año 3 Pedernal, Alvarado y sus hombre dieron un golpe brutal a la continuidad del poder mexica, divino y humano. La muerte de Moctezuma, unas semanas, después confirmaría este aciago fracaso.