La batalla de Nautla: el primer desbarate en la Nueva España
Hacia octubre de 1519 algunos castellanos enfrentaron la guarnición de Nautla, antiguamente Nauhtlan, en el oriente de México; fue la primera ocasión que combatieron a los mexicanos y conocieron la derrota. El suceso tuvo consecuencias impredecibles: en represalia Hernán Cortés decidió capturar a Moctezuma Ilhuicamina, ordenó una investigación que culminó con el primer sacrificio humano castellano en tierras mesoamericanas y la destrucción del arsenal del Tlacochcalco. La batalla de Nautla definió el desarrollo de la conquista de Tenochtitlan.
Cuando los castellanos partieron de Cempoala rumbo a Tenochtitlan, Hernán Cortés dejó a su hombre de confianza, Juan de Escalante, en la entonces Villa Rica de la Vera Cruz como capitán y alguacil mayor. Estando en Cholula, cuenta Hernán Cortés en su Segunda carta de relación, recibió un informe de Juan de Escalante relatando la guerra contra Nautla defendida por Cohuatlpopoca, un jefe regional subordinado a Moctezuma Ilhuicamina. Existen más de una versión sobre el desarrollo de esos encuentros de armas, pero como anotó Francisco Cervantes de Salazar: “Dicen, porque en esto no hay cosa averiguada”.
Según Francisco López de Gómara y Francisco Cervantes de Salazar, el trasfondo de la guerra fue el interés en Hernán Cortés para poblar la región antes de que Francisco de Garay hiciera lo propio. Por su parte, Bernal Díaz del Castillo dice que la causa fue la queja de sus nuevos aliados ante el alguacil mayor de la Rica Villa de la Vera Cruz porque los mexicas de la guarnición de Nautla nuevamente les estaban cobrando el tributo. Sin embargo, según recordó el propio Hernán Cortés, su teniente le escribió diciendo que Cohuatlpopoca le envió una invitación para visitarlo en el lugar llamado Nautla, nombrado recientemente por Francisco de Garay como Almería, con la finalidad de reconocer el gobierno del emperador de España. Cohuatlpopoca no deseaba ir a la Rica Villa de la Vera Cruz porque pasaría por tierras de sus enemigos.
En esas circunstancias, Escalante primero envió a cuatro hombres, confiado en que Cohuatlpopoca se sometería, porque “así lo habían hecho otros muchos”, según dice Cortés; sin embargo, al llegar, fueron atacados y murieron dos castellanos, en tanto que otros dos malheridos lograron escapar para informar de lo sucedido.
La respuesta se organizó rápidamente, pues Juan de Escalante era “hombre muy bastante y de sangre en el ojo”, según la rotunda descripción de Bernal Díaz del Castillo. De la Rica Villa de la Vera Cruz partió una expedición de castigo contra Nautla. Según Cortés, unos ciento cincuenta españoles con dos caballos y dos pequeños cañones, apoyados por entre ocho a diez mil aliados indígenas, se trasladaron hacia el norte para enfrentar a Cohuatlpopoca y su gente de Nautla. Por su parte, Bernal Díaz del Castillo supo “lo que dijeron ciertos conquistadores que se hallaron en ello”, y su versión es más rica en detalles; dice que apenas eran cuarenta soldados, pues la mayoría de los hombres del capitán Juan de Escalante “estaban dolientes y [eran] hombres de mar”, y solo llevó un caballo, dos tiros, un poco de pólvora, tres ballestas y dos escopetas, además de dos mil indígenas aliados.
El relato de Bernal Díaz del Castillo recuerda que los castellanos y sus aliados encontraron a los mexicanos asaltando “nuestros amigos” y el primer enfrentamiento ocurrió al amanecer, en el campo. Más experimentados en el arte de la guerra, los mexicanos amedrentaron desde en la primera “refriega” a los aliados indígenas para que abandonaran al capitán Juan de Escalante, quien con los europeos se replegó hasta llegar al pueblo llamado Almería, sitio que incendió.
Por su parte, Hernán Cortés desconoce del abandono de sus aliados y narra que la expedición castellana tomó Nautla causando muerte y destrucción al enemigo, logrando quemar el asentamiento, “porque los indios que en su compañía llevaban, como eran sus enemigos, habían puesto en ello mucha diligencia”. En ese sentido, el arqueólogo Jeffrey K. Wilkerson encontró evidencias en unas antiguas pirámides remozadas con el estilo del Altiplano con huellas de haber sido incendiadas, a unos dos kilómetros al este del centro del sitio arqueológico El Pital, actualmente en el municipio de San Rafael.
Algunos prisioneros le confesaron a Juan de Escalante que Cohuatlpopoca había atacado a los primeros cuatro enviados, y después peleó contra los castellanos, por órdenes de Moctezuma, pues eran sus vasallos y en todo le obedecían: “Pudo ser, pues también lo confesaron al tiempo de la muerte mas otros dijeron que por excusarse echaban la culpa a los de Méjico”, dice Francisco López de Gómara; como fuera, Hernán Cortés se enteró de la batalla de Nautla estando en Cholula, en octubre, por una carta que le envió Juan de Escalante desde la Rica Villa de la Vera Cruz, presumiblemente poco antes de morir a causa de las heridas que recibió durante la guerra.
Moctezuma también recibió algo más que noticias desde Nautla. De los siete españoles que murieron, un tal Arguello fue capturado y trasladado a Tenochtitlan, pero murió en el camino; su cabeza fue puesta ante el propio Moctezuma quien se negó a recibirla y ordenó que fuera enviada lejos de la ciudad. Bernal Díaz del Castillo recuerda que más tarde los españoles supieron del asunto de la cabeza de Arguelles y también que su gente le informó de una “gran tequecihuata de Castilla”, la que alentaba a los españoles y que entonces Moctezuma identificó con una imagen de Nuestra Señora la Virgen María que le regalaron los españoles al entrar a Tenochtitlan.
Aparentemente la cabeza de Arguelles llegó a Tenochtitlan después de la expedición castellana, pues Bernal Díaz del Castillo lamenta que las noticias de Nautla cambiaran la percepción inicial que tenían de ellos los mexicanos; “y ahora habernos venido tan gran desmán que no nos tuviesen en aquella reputación que de antes, sino por hombres que podíamos ser vencidos, y haber sentido cómo se desvergonzaban contra nosotros”. En resumen, fue “el primer desbarate en la Nueva España”.
El resultado de la batalla de Nautla era una mala noticia, habiendo visto el poder concentrado en Tenochtitlan y muy conscientes de su vulnerabilidad. Pensando en su seguridad, Hernán Cortés y sus hombres más allegados a los seis días de estancia en Tenochtitlan tuvieron la idea de tomar como rehén a Moctezuma; entonces, según cuenta Cortés al emperador Carlos V, “me acordé de lo que el capitán que en la Vera Cruz había dejado, me había escrito, cerca de lo que había acaecido en la ciudad de Almería, según que en el capítulo antes de éste he dicho, y cómo se había sabido que todo lo allí sucedido había sido mandado por el dicho Moctezuma”.
Los europeos idearon un plan para tomarlo como rehén. Fueron a su palacio para convivir un rato y durante la entrevistarse con Moctezuma, lo sorprendieron al reclamarle la muerte de los siete españoles por causa de la guerra en Nautla. Moctezuma Ilhuicamina se comprometió a buscar a Cohuatlpopoca y su gente para aclarar el asunto y envió a los suyos hacia Nautla con una insignia que tomó de su brazo, con suficientes tropas para en caso de que se resistieran. Tres españoles los acompañaron, un tal Valdelamar, Andrés de Tapia y Francisco de Aguilar; el último recordó que “hasta llegar adonde estaba aquel señor que había dado la guerra, había ochenta leguas poco más o menos, donde vimos y pasamos por grandes pueblos y provincias llenas de mucha gente”. Aun así, Cortés obligó a Moctezuma a trasladarse al edificio donde se hospedaban los castellanos en tanto se aclaraba los hechos de Nautla.
A los quince o vente días, después de tomar prisionero a Moctezuma, llegó Coahuatlpopoca para ser interrogado por los castellanos; según el propio Hernán Cortés, confesó haber causado la muerte de los españoles en Nautla por órdenes de Moctezuma de quien era vasallo. Cohuatlpopoca, su hijo y unos quince hombres suyos fueron entregados a las llamas, en una pira enfrente del Templo Mayor de Tenochtitlán, probablemente a finales de noviembre o principios de diciembre de 1519.
Fue la primera vez que la población de Tenochtitlan asistió a un sacrificio humano realizado por los españoles en un espacio público: “fue llevado con el hijo y con los demás a una plaza muy grande, con mucha guarda de españoles y de muchos criados de Moctezuma, y puesto él y los demás sobre una muy grande hoguera de flechas y arcos quebrados que estaban muy secos, atadas las manos y los pies, se puso fuego, y ahí tornó a confesar lo que poco antes dijo”.
Más allá de “la ocasión o pretexto”, como dice Francisco López de Gómara, que le dio la guerra de Nautla a Hernán Cortés para actuar decididamente contra Moctezuma y tomar el control de la gran ciudad de Tenochtitlan, y del efecto que debió causar en la moral de los europeos la muerte de los soldados españoles y entre los habitantes la espantosa ejecución de Cohuatlpopoca, la iniciativa militar tomada en Nautla ofrece otra perspectiva a la aparente pasividad de los mexicanos en su viaje de Cempoala a Tenochititlan.
La batalla de Nautla ocurrió casi al mismo tiempo que sucedía la matanza en Cholula; desde la perspectiva militar, los españoles se hubieran encontrado en una muy difícil situación de haber caído en alguna emboscada mientras que estaba comprometida la seguridad de su base en la costa, su única vía de comunicación con el Caribe y Europa. Si hubo en Cholula una emboscada promovida desde Tenochtitlan, cuando Juan de Escalante corría peligro en Nautla, y si se demostrara que ambas acciones fueron sincronizadas, obtendríamos otra imagen de Moctezuma, la de un estratega militar decidido a combatir a la nueva amenaza, con algo más que conjuros y encantamientos, como frecuentemente se ha pensado. Es tiempo de repensar los hechos de la conquista con perspectivas geográficas, políticas y militares, mucho más amplias, con una visión similar a la que probablemente tenían los mexicanos de Tenochtitlan.
Para saber más
- Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Editorial Porrúa, México, 1986.
- Francisco López de Gómara. Historia general de las Indias. II Conquista de Méjico, Ediciones Orbis, Barcelona, 1986.
- Francisco Cervantes de Salazar, Crónica de la Nueva España, Editorial Porrúa, México, 1985.
- Hernán Cortés, Cartas de relación, Editorial Porrúa, México, 1992.