Los nahuales de Motecuhzoma y las pruebas de humanidad
Cuenta Hernán Cortés que, estando en Veracruz, vinieron a su encuentro unos “embajadores” de Motecuhzoma para ofrecerles a él y a sus tropas diversas joyas y alimentos. Lo que el conquistador ignoraba es que aquellos no eran simples emisarios sino nahuales, y que no sólo se encontraban ahí para intentar agradarles, sino, sobre todo, para poner a prueba su humanidad. El experimento ejecutado por los mexicas consistía en servir a los españoles dos clases de alimentos y ver por cuál de ellos optaban: se les presentaron restos humanos, por si fueran dioses y comidas habituales, en caso de que fueran hombres ordinarios. De ser lo segundo, los nahuales tenían la orden de intentar detenerlos por medio de sus conjuros.
¿Quiénes eran esos nahuales y por qué la prueba de la alimentación?
Motecuhzoma tenía serias razones para sospechar que los españoles eran dioses; pues, además de su extraña apariencia, que incluía vestimentas de metal y la compañía de animales nunca vistos, sus representantes ya habían recibido de ellos inquietantes presentes. En un encuentro previo, los observadores mexicas habían sido invitados a subir a sus embarcaciones, habían visto y escuchado tronar los arcabuces y cañones, presenciado una escaramuza con espadas y aceptado para su señor algunas cuentas y alimentos. El tlatoani, o gobernante recibió los obsequios con tal desconfianza que en lugar de comer las viandas las mandó enterrar, temiendo que provinieran del lugar de los muertos.
Los mitos nahuas establecen que a las diferentes clases de seres les correspondía un tipo particular de comida: los gigantes se nutrían de piñones; las divinidades de la muerte, de cadáveres y los hombres vivos, de maíz. Dicha asociación alimentaria parece tan definitoria que, incluso, se nos dice que la condición mortal de los humanos derivaba directamente del consumo de tal cereal; la carne de todos aquellos que se habían alimentado de productos de la tierra sería, entonces, consumida por el numen telúrico tras su fallecimiento, impidiéndoles volver a la vida.
Los nahuales, en cambio, son descritos como aquellos que sólo se alimentan de copal (una resina aromática), que no consumen más que el olor de sus bastones, que viven recluidos en los templos, que nunca ven mujeres y como aquellos que se fingen o se dicen dioses. Desde el propio embarazo los nahuales se distinguen del resto por su capacidad de salir del vientre materno y regresar a él a voluntad, nacen en fechas específicamente ligadas a sus destinos y son continuamente citados como amo tlacatl, o “no humanos”. Entre sus poderes se enumeran la capacidad de conocer el futuro, controlar los elementos meteorológicos, producir y curar enfermedades, cambiar de forma a voluntad y desplazarse a espacios míticos para comunicarse con las deidades. Diríamos, en breve, que más que tratarse de profesionales rituales, poseedores de conocimientos especiales, los nahuales eran tenidos por seres de una naturaleza diferente a la propiamente humana; eran individuos que por tener cuerpos, almas y necesidades especiales, se encontraban más cercanos a la condición divina que a la terrenal.
La humanidad, por otro lado, suele tipificarse también en función de una específica forma de relación: la reciprocidad. Así, desde el nacimiento hasta la muerte, pasando por el matrimonio y las declaraciones de guerra, todos los eventos sociales de importancia parecen haber estado mediados por intercambios de regalos. Ser persona implicaba las obligaciones de dar, recibir y devolver; y quienes no acataban este orden -los que robaban, los que violaban o los que asesinaban- eran vistos como animales y tratados como socialmente muertos. Los vivos solían, así, humanizar a los muertos y las divinidades construyéndoles cuerpos antropomorfos artificiales y forzándolos, a través de ofrendas y sacrificios, a participar en la reciprocidad; intercambiar con el otro era, dicho de otro modo, una manera de garantizar su permanencia en la sociedad.
Los nahuales, sin embargo, se caracterizaban por un tipo de acción muy distinto, la depredación. Recurrentemente, los documentos coloniales hacen mención de nahuales que emprenden acciones nocivas: roban, violan, succionan sangre y, sobre todo, provocan la enfermedad y la muerte a los humanos. Lo relevante, en todo caso, es que tales capacidades no siempre eran utilizadas en perjuicio de la sociedad sino que muchas veces encontramos a esta clase de personajes valiéndose del poder nocivo para beneficio de su gente. Tenemos, así, reportes de gobernantes que se enfrentaron a sus rivales por intermedio de sus nahuales: existen menciones de la presencia de tales personajes en los campos de batalla y, más aún, sabemos que durante el periodo colonial estos mismos se sublevaron en más de una ocasión contra las autoridades civiles y religiosas. Llamativamente, los humanos no parecen haber sido los únicos capaces de actuar como nahuales, pues también conocemos dioses que, bajo la misma apelación, se presentaban sobre la tierra para amedrentar a los mortales.
Es así que, para tratar con los otros colectivos, humanos o divinos, los mexicas disponían de dos medios diferentes: la socialidad por el intercambio, definitoria de la humanidad, por un lado; y las acciones depredatorias, propias de animales, muertos y dioses, por el otro. Fue, entonces, siguiendo esta misma lógica que el astuto Motecuhzoma ideó una doble estrategia para lidiar con los recién llegados: forzarlos a establecer vínculos con él a través de regalos o someterlos a través de los nahuales. Ninguna de ellas funcionó. Los conquistadores no se vieron afectados por los conjuros y los obsequios; en lugar de conducir al establecimiento de alianzas, no hicieron más que despertar la codicia de los hombres de Cortés.